27.8.08

V. Las hadas y Lady Isabella (IOM, sábado 23)










(> continuación) La Isla de Man es sinónimo de folklore y leyenda. Para asegurar la buena suerte en la isla, se insta a los visitantes a saludar a los duendes cada vez que crucen el Puente de las Hadas (Fairy Bridge), emplazado en la carretera principal entre el aeropuerto y Douglas. Allí nos dirigimos porque, al igual que hacen los pilotos y cualquier motero que pase por allí, hay que saludar a las hadas en este místico enclave... por si acaso. Cualquiera puede colgar ofrendas, objetos o dedicatorias a sus seres queridos o a aquellos que ya han fallecido. Por ello, guantes de moto, pañuelos, gorras, sobres, postales, lazos, peluches, velas, fotos... ¡hasta un sujetador! cuelgan de un árbol junto a la señal como señal de ofrenda. Una de las dedicatorias que más me llama la atención se refiere al piloto irlandés Martin Finnegan, muerto en mayo en la carrera urbana Tandagree 100.

Retomamos la carretera hacia Laxey para ver a Lady Isabella, una obra de ingeniería digna de encomio (el nombre proviene de la mujer del Gobernador de la isla de aquella época). Se trata de una gigantesca noria de madera (22 m de diámetro) construida en 1854 para bombear agua en las minas de plomo que existían en Laxey. Su labor finalizó en 1929, pero tras 154 años y a pesar de que se eliminó su función de bombeo, todavía funciona para deleite de los visitantes. Desde 1965 es propiedad del Gobierno de Manx y ellos fueron los que en su día la restauraron. A mí me fue imposible coronar la cima de Isabella, pues la estrecha y retorcida escalera de caracol no ofrecía ninguna seguridad y el vértigo clavó mis piernas a media subida.
Un aspecto muy curioso es comprobar que el símbolo del Triskelion que aparece en la noria está al revés (con dos piernas hacia abajo en lugar de para arriba) porque se les olvidó girarlo al ponerlo. Cuando nos íbamos, comenzó a llover y no nos quedó más remedio que aprovechar la situación para resguardarnos en un restaurante cercano y, de paso, comer. En el parking, una Ducati MHR del 79 con el adhesivo THANK´S JAPAN for keeping the boys off the mens motorcycles (algo así como “Gracias Japón, por mantener a los niños alejados de las motos de los hombres”) me hace soñar...

La tromba de agua no cesa y decidimos regresar a nuestras queridas y, en el caso de Raúl y mío, mimadas habitaciones. Como La Isla rezuma gasolina y motor por sus cuatro costados, no nos sorprende cruzarnos con varias motos de trial (con y sin sidecar) camino de las montañas. El motivo: la celebración, ese mismo fin de semana, de los 2 días de trial de Manx. De camino, observo que muchas glorietas están pintadas con un núcleo blanco, no como aquí, que construyen isletas a cual más grande. Es un poco inquietante sentir cómo los coches quieren entrar en ellas a saco por la izquierda mientras todavía estás dentro de ella.
“Cuando hay más ropa sucia que limpia, no somos nada”...esto es lo que me dice Raúl cuando llegamos al B&B. Ciertamente se refiere a que con la tontería, los días van pasando y ya falta menos para volver a casa.
Eso sí, contemplar el paisaje nublado, sentado en el sillón burdeos junto a la ventana de la habitación, en calzoncillos, recién duchado, con la bandera colgando del espejo, mientras escribo estas líneas y catando el brandy de Cristoph, la verdad, es que tiene su rollito.

Cenamos en un italiano, el Paparazzi, lleno de carteles y posters de Arai y Dunlop. Normal, los dos les patrocinan. Las pizzas están deliciosas y los vodkas que me meto en la barra del Jack’s, también. Música en directo, televisiones de plasma con imágenes en cámara subjetiva de una vuelta a La Isla gracias a TT Experience 5 y mucha animación nos hacen subsistir. Al rato, el cansancio hace mella, más si cabe teniendo en cuenta las 2 vacas pechugonas que trotaban (ellas se creen que bailaban) a carcajada limpia, desviando de vez en cuando nuestra atención. “Mujeres extrañas las de Man”, dice Raúl. (+)

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