25.2.08

Un San Valentín sudafricano









Pues sí. Tal día como un 14 de febrero de 2008, a primera hora de la mañana, me encontraba subido en una flamante BMW F 800 GS en la ciudad de Durban (Sudáfrica), con motivo de la presentación mundial de este nuevo modelo y de su hermana, la F 650 GS. La simple idea de probarlas por aquellos parajes exóticos y desconocidos del continente africano, bordeados por el Océano Índico, me entusiasmó. Nuevos paisajes, nueva cultura, nuevas costumbres, nuevas monturas... todo perfect.

Las pistas de tierra y gravilla sudafricanas tienen de todo: curvas ciegas, baches, polvo, vacas que se cruzan, obras, furgonetas Toyota en dirección contraria que ocupan todo el carril (ojito que aquí se circula por la izquierda), grupos de chavales paseando tras acabar su jornada escolar, etc. Pero claro, Sudáfrica no es África. La civilización, con todos sus “pros” y “contras”, ha llegado allí abajo, y junto a estos enlaces “dakarianos” están otros más típicos de autopista, carreteras secundarias y atascos si hace falta. Vamos, que no hay nada nuevo a no ser que lo busques... Y eso fue lo que hicimos. Adentrarnos en el corazón africano en busca de lo desconocido para disfrutar de un mundo paralelo al que conocemos, pero que existe, a su manera, “un poco más abajo” de Algeciras...

La sofocante temperatura (26º a las 8.00 de la mañana) y la gran humedad del ambiente no parecieron afectar a la moto, que aguantó con tesón la dura etapa de 500 kms entre Harburg, Bruyns Hill, Tagle Dam, Verulam y Tongaat. Los lugareños nos saludaban y jaleaban desde los arcenes a nuestro paso, y los niños eran los más agradecidos cuando sacábamos el dedo pulgar en posición ok y les regalábamos una sonrisa (aunque fuese debajo del casco). Me imagino que para ellos era como ver un gran raid africano una vez al año, todo un acontecimiento social. Fue una lástima no poder parar para fotografiar algunos pueblos y mercadillos típicos perdidos en aquella inmensidad verde, pues nos advirtieron de la peligrosidad que entrañaba semejante ocurrencia. Allí, 1 € nuestro equivale a 11 Rands suyos, por lo que en caso necesario y ante la pobreza de determinadas zonas, podría pasar cualquier cosa en caso de que se les ocurriera lanzarse a por ti...
Y es que la vida allí es así. Puedes encontrarte al típico blanco-rubio con su traje de ejecutivo circulando con un Mercedes ML por la carretera, y 2 km más “adentro”, a una mujer de color sentada en el arcén de una solitaria pista de tierra, junto a una plantación de caña de azúcar, con unas túnicas largas como vestimenta, su hijo recién nacido a los brazos y un maletín de cuero rojo de los años ’70 como único equipaje. Para estos últimos, los verdaderos africanos, no existe el móvil, ni las nuevas tecnologías, ni mucho menos el coche. El factor tiempo no importa, lo que vale es llegar al destino y cumplir con la jornada de trabajo en el campo.

Reflexionando junto a dos compañeros mientras esperamos en un cruce a que llegue el coche del fotógrafo, es inevitable que surja la duda: ¿Hasta dónde es capaz de llegar una sociedad como la nuestra? ¿Realmente necesitamos todos los bienes y lujos que tenemos? ¿Podríamos vivir como esta gente? ¿Qué vida llevo yo? Ellos parecen felices...